viernes, 1 de junio de 2012

LA POLICIA NACIONAL: Un organismo que a 20 años de su nacimiento no encuentra la senda de su fortalecimiento y estabilidad institucional y profesional (artículo publicado en el Semanario Judicial del Diario "ABC COLOR", fechas 21 y 28.05.2012) .


Agradezco la invitación y la oportunidad para escribir estas  reflexiones acerca de   la anárquica  y a la vez angustiosa degradación  a la que se halla sometida la aguerrida Policía Nacional Paraguaya, institución a la que con orgullo pertenezco.  Los meses de abril y mayo de este año habrá sido unos de los más negros en sus pocos 20 años de existencia como tal.

La Policía paraguaya, aun antes de asumir su actual rol con jurisdicción  nacional, muy escasamente atrajo la atención pública y política en lo que concierte a su fortalecimiento y más eficiente funcionamiento. Y ello es hasta si se quiere paradójico, por cuanto que  ya en los primeros tiempos  de su nacimiento, por el año 1843, el Presidente CARLOS ANTONIO LOPEZ  ya enfatizaba la importancia del rol institucional al reconocer y expresar que “sin seguridad no hay desarrollo”.

Existen sin embargo explicaciones bastante razonables para tal desatención, la guerra genocida contra la triple alianza que dejó al país en situación catastrófica, la del Chaco contra Bolivia después, las varias revoluciones armadas  y golpes de estado que retrasaron por años el desarrollo nacional. A estos eventos  que   mantuvieron   a la República en situación de constante inestabilidad, habría que  agregar    la ausencia  de   conciencia ciudadana acerca de la importancia de la seguridad para el desarrollo y bienestar de la nación, como la falta de  habilidad en los responsables de desarrollar tal conciencia.

Cabe en este punto  hacer referencia a expresiones del Inspector General ® PASTOR MIERES, en la obra de su autoría: “HISTORIA DE LA POLICIA” (Pag. 27): “… en conocimiento de todos estos hechos y acaeceres,  pudo con justa razón expresar en cierta ocasión un representante del gobierno nacional: “La Policía del Paraguay no pudo en un siglo de existencia estar a la  altura de sus congéneres de América, tantas vicisitudes internas se opusieron a su progreso”. A lo que nosotros, muy conformes con esta opinión, agregamos que no sólo las internas motivaron su retraso, sino también las externas: dos guerras internacionales en las que la Policía  no rehusó su presencia, al contrario, integró las filas del ejército con toda altivez y patriotismo en defensa de la patria”.

El inicio de la que podemos denominar “etapa democrática” parecía  alentador  para el  pueblo paraguayo, imperativamente necesitado de adecuadas garantías para su  pleno desarrollo con los nuevos vientos de libertad que comenzaban a soplar. El artículo 175 de la Constitución de la República la elevaba a rango nacional, que magistralmente  fundamentado por el Convencional Constituyente OSCAR PACCIELO (+) en el año 1992, reflejaba  en ese momento  la necesidad de una institución de seguridad moderna que marche en paralelo con las conquistas democráticas a que se estaba dando inicio.

El insigne Profesor PACCIELO   expresaba en aquella memorable ocasión  que “…al consagrar una transformación radical del estado paraguayo, al que lo calificamos como estado democrático de derecho, está dicho que también debemos eliminar de la faz de la tierra paraguaya, esa imagen sórdida, siniestra y miserable que tenían los organismos de seguridad. Por eso, Ciudadano Presidente, estamos creando, a través de la propuesta de la comisión redactora, un organismo técnico altamente calificado, que no puede estar si no al servicio de la democracia”; agregando que “…a ese organismo con carácter nacional, que va a permitir la desaparición de nuestras campiñas de los temidos sargentos de compañía y alguna gendarmería y alcaldía miserable, estamos nosotros confiando las funciones normales de todo el cuerpo policial, cuales son la preservación del orden publico establecido en la Ley, tarea no menuda, pero que debe ser cumplida con solvencia y calificación profesional y técnica. No es cualquiera el que puede ser policía, y eso debe quedar bien en claro. Por eso nosotros ponemos que el mando de la policía nacional será ejercido por un oficial superior de su cuadro permanente. No puede ser un improvisado, sea el gremio profesional que fuere, ni un abogado, ni un militar, ni nadie; solamente un policía y un policía de carrera”. (Diario de Sesiones de la Convención Nacional Constituyente de 1992).

Esos ideales forjados y expresados entonces por el  insigne Profesor OSCAR PACIELO, se patentizaron en dos palabras sustantivamente importantes con que comienza la redacción del ya mencionado Artículo 175,  que son “INSTITUCION” y  “PROFESIONAL”. Sin desperdiciar tiempo en explicar sus significaciones etimológicas e implicancias en lo que concierne a  organización, formación  y  desarrollo intelectual – profesional, preguntaría tan solo si los Presidentes de la República, los Ministros del Interior y los Comandantes de la Policía que se sucedieron en los 20 años de existencia institucional,  algo hicieron para que se cumpla la orden clara y precisas impartidas por el pueblo paraguayo a través de la Constitución de la República sancionada y promulgada en 1992. 

La respuesta sería  que evidentemente no hicieron lo suficiente o hicieron muy poco o casi nada. Aquella “… imagen sórdida, siniestra y miserable…” de que hablaba en pretérito OSCAR PACIELLO sigue siendo lacerante realidad. Y la “… solvencia y calificación profesional y técnico…” de que él también habló refiriéndose a la nueva institución creada, aun cuanto se puede y se debe  señalar importantes conquistas, en su mayor parte sigue siendo una soñada utopía y una deuda pendiente con el pueblo paraguayo. Como un categórico ejemplo de esto último  podemos  mencionar el caso editorializado en estos días por el Diario “ABC COLOR”,  en que ante las presiones de un  influyente político oficialista, un alto jefe de la cúpula policial aseveró: “… de ahora en más vamos a analizar las órdenes judiciales para cumplirlas”.


La Policía Nacional es la institución mejor atendida en recursos materiales y medios durante este gobierno.


Para el común del pueblo,  desinteresado en  conocer los pormenores del  manejo de un organismo de seguridad, pero que sí en usufructo de su  legítimo derecho está siendo informado a diario de las multimillonarias inversiones en la Policía Nacional, en aras  a recibir los beneficios de un buen servicio que le garantice adecuadamente su desenvolvimiento cotidiano como ciudadano, no hay explicación de cuanto está aconteciendo con su Policía. Ésta,  en estos últimos 4 años,   paralelamente a  su  crecimiento en tecnología y medios materiales,  está experimentando una patente degradación moral, profesional y mística.

Hoy la Policía no solamente cuenta con tecnología de punta en equipos de informática que  le permite ejercitar  controles bastante eficaces en las vías públicas más concurridas de las principales ciudades, sino  con modernos vehículos patrulleros hasta en las reparticiones  más  alejadas  de los confines de la República. Y no solamente eso, hasta cuenta con modernos impresionantes helicópteros surcando los aires nacionales. Ni hablar de los modernos y novedosos equipamientos adquiridos   y que están siendo empleados en los diferentes operativos.

Coincidimos  con un editorial del Diario “ABC COLOR”, titulado “ESCANDALOSO CHOQUE DE OSCUROS INTERESES EN LA POLICIA NACIONAL”, en que se afirmaba que “… la Policía Nacional no mejorará un ápice con más presupuesto, mejoras salariales y la entrega de helicópteros, camionetas modernas y mayor poder de fuego” y será necesariamente conducida hacia su “inevitable destrucción”. Y coincidimos con el editorial porque los hechos lo demuestran fehacientemente. No obstante las finas atenciones en recursos, tecnologías y presupuestos, no existe percepción de mejoramiento del servicio. Al contrario, pareciera que  la prestación de ese servicio está recorriendo el camino del empeoramiento.

El  gobierno del Presidente  FERNANDO LUGO  puede tener y es seguro que tenga muy  buenas intenciones en lo que concierne al mejoramiento de la seguridad  y de la institución que recibió  en condiciones bastante deplorables. Sin embargo, evidentemente carece del conocimiento y de la   habilidad necesaria, como del adecuado asesoramiento,  para imponer los criterios técnicos a una institución demasiado compleja. Es compleja  no sólo por la misión que se le asigna, sino por su misma organización jerárquica dentro de un régimen de obediencia y no deliberancia,   en que un pequeño manoseo, aun cuando tenga el silencio como respuesta, tiene un poderoso efecto negativo   bumerán hacia  su interior.


La endémica enfermedad de la Policía Nacional: Su debilidad estructural  a partir de la cúpula.


La situación que atraviesa la institución guardiana de la seguridad ciudadana naturalmente preocupa a todos los paraguayos de bien. Es  y debe ser así,  pues verdaderamente  la  Policía está lejos de   adaptarse a las nuevas circunstancias sociales y políticas  del cambiante mundo,  en que  se enfatizan  el reconocimiento,  el respeto y garantía de los derechos fundamentales del hombre,  entre ellos  la vida,    la libertad, la seguridad,  lo que  está clara y sabiamente expresado en el Art 9 De la C.N.: “toda persona tiene derecho a ser protegida en su libertad y en su seguridad. Nadie está obligado a hacer lo que la ley no ordena ni privado de lo que ella no prohíbe”.

Pero más nos preocupa, nos acongoja  y nos hace lanzar a veces gritos de impotencia  a quienes conocemos el interior institucional, tenemos  la experiencia y los conocimientos  técnicos necesarios   para  determinar  un marco de comparación  con organizaciones similares de otros países, que mostrando solvencia profesional  ganaron  el respeto y la consideración de la sociedad a que prestan servicio.

La fragilidad  de una organización  no es  garantía de eficiencia,  como se está demostrando en las circunstancias actuales. La fortaleza sí lo es, ella   garantizaría la  buena prestación de servicio, convertiría a la institución en orgullo de la sociedad a la que sirva, prestigiando y elevando la imagen del país y de su gobierno. El fortalecimiento de un órgano de seguridad del Estado como la Policía no pasa exclusivamente por  dotarla de modernos y sofisticados equipamientos,  sino especialmente por potenciar su estructura, su organización, con énfasis en  sus recursos humanos.
 
Casi todos los males  derivados de la inseguridad   son hoy día  atribuidos  a la ya muy golpeada Policía Nacional. La  deteriorada imagen de ésta va en picada.  A sus efectivos cada vez se los siente y se los ve menos motivados y más desmoralizados, carentes de mística institucional y en un marco de elevada falta de confianza en sus superiores naturales. Esto  que por sí adquieres ribetes de alta gravedad en un organismo  no deliberante y obediente, en que el personal está privado de  expresar públicamente sus inquietudes y disconformidades.  No se  analizan las causas de su actual ya endémica  fragilidad   estructural, para de allí aplicar  recetas que la ayuden a erguir el tronco y sacudirse de sus mazmorras,   sino que  se la  aplica inmisericordes  latigazos que no hacen sino volverla  cada vez más pálida y débil,  postrándola casi en la impotencia.

Las causas de las debilidades las debemos buscar y están en el mismo cuerpo policial. Antes que ayudar a extirparlas o disminuir sus efectos perniciosos, quienes  conocemos acerca de la  administración de organismos  de seguridad sabemos con certitud que tales causas son alimentadas y hasta fortalecidas por los pocos prolijos manejos políticos que de la institución se hizo  desde las altas esferas de los gobiernos que se turnaron a partir de la implementación de la Policía Nacional en el año 1993. Y eso no lo decimos exclusivamente nosotros, constan en diagnósticos elaborados por organismos internacionales.

En los 20 años de existencia de la Policía Nacional  a ningún Comandante de la Policía ni a los demás componentes del Cuadro de Oficiales Comisarios Generales  se les permitió completar el período de 5 años de permanencia en el cargo  al primero  y de 3 años acordado a los demás (Art. 116 y 117 de la Ley No. 222/93).  Todos, quizás con raras excepciones, si es que las hay, fueron relevados por razones políticas. Uno de los  diagnósticos internacionales se refieren  a este fenómeno con la expresión: altísima rotación”, agregando que a ello se debe que  “La inestabilidad institucional es la regla y no la excepción”. 

Para los profanos en la administración de un organismo de seguridad del Estado  lo expresado posiblemente muy poco dice. Pero para quienes conocemos  de su  manejo, sabemos y vemos las evidencias de los  tremendos efectos   negativos de aquellos manejos muy pocos prolijos. En primer lugar las cúpulas institucionales  casi nunca tuvieron el  tiempo suficiente para elaborar, madurar  y desarrollar planes concretos. En segundo lugar es prioritario para quienes llegan  a  esa cúpula  buscar  vías para ganarse la simpatía de quienes detentan el poder político.  Lo hacen  frecuentemente en detrimento del cumplimiento  del deber legal,  en busca de  mantenerse en el cargo el mayor tiempo posible, conscientes de que el desempeño prolijo y la eficiencia no constituyen garantías  de continuidad y permanencia en los cargos. Y no entramos en detalles respecto que a partir del gobierno de LUIS ANGEL GONZALEZ MACCHI, con WALTER BOWER como Ministro del Interior, la Policía Nacional de hecho prácticamente perdió su autonomía  funcional, técnica  y operativa en los términos de la Constitución Nacional y su Ley No. 222/93.
 
Cabe aquí un valioso comentario de ARTURO BRAY, en su obra “Militares y Civiles”, que aun cuanto se refiere a las Fuerzas Armadas, tiene total validez en el ámbito policial, por ser ambas partes de la Fuerza Pública y enmarcarse dentro del marco de la “obediencia y no deliberancia”. Dice este insigne escritor: “… el agente provocador suele ser el propio gobierno, al socavar la moral y la disciplina… contribuyendo con ello a su deterioro y desintegración. Inconcebible parece, de primera intención, que sean los gobernantes, quienes se propongan –deliberada o inconscientemente-  eliminar a la institución que constituye su principal, cuando no su único sostén, pero la realidad es esa en más de un caso concreto. Se dan instancias de titulados estadistas que, tal vez sin proponérselo, quiebran la disciplina…, provocando fisuras en la cohesión de sus cuadros al colocar una bomba de tiempo en la contextura de la moral militar: confieren ascensos a los menos aptos, postergando a jefes y oficiales meritísimos, confían destinos  de responsabilidad a notorias nulidades profesionales, y en una palabra, se empeñan en “triturar” a la institución…”.

No es casual que la cabeza  sea la parte mejor protegida del ser humano y por ello su contenido, el  cerebro,  el que menos se mueve. Sabemos que un pequeño mareo,  una pequeña debilidad, hasta incluso una imperceptible afección del cerebro,  repercute en todo el cuerpo,  pudiendo  hacer perder el habla,  algunos sentidos o hasta hacerlo trastrabillar,  incluso desmoronarlo completamente al cuerpo. 

Lo que sucede con la cúpula  (cabeza) policial no es diferente al  ejemplo precitado. En estos 20 años la cúpula institucional llegó a un debilitamiento extremo. Los sistemas de controles internos no funcionan. El manejo de los recursos humanos, por tanto, se vuelve  anárquico, casi caótico. El resultado es todo cuanto está aconteciendo. No pasa casi un día sin  ver a través de los medios de comunicación que un funcionario policial está involucrado en actividad delictiva.  

Lo que aquí llamamos, por darle un nombre, “los pocos prolijos  manejos” o lo que un diagnóstico internacional  denomina “altísima rotación” o lo que ARTURO BRAY llama  “socavar la moral y la disciplina”,  impidieron el desarrollo institucional en la búsqueda de la calidad del servicio. Al contrario, vinieron debilitándola sistemática y progresivamente a través de los años, para convertirla hoy día en un organismo muy desmoralizado, con escasa  reacción,  ineficiente y por sobre todo muy baja credibilidad  pública.  Esto se produce justo en momentos en que la delincuencia toma formas más sofisticadas y agresivas, tal vez alentada por la misma debilidad policial,  haciendo que   la cuestión referida a la preservación de la seguridad ciudadana sea un tema cada vez más compleja, difícil y costosa, requiriendo para prevenirla y combatirla, no solamente  alta preparación  profesional  de  los responsables  de hacerlo, sino una elevada moral, mística, honestidad y  sobrada vocación de servicio.
 
La reiterada, inefable y repetitiva receta llamada “depuración”:

Cuantas “depuraciones” ya hubo en la Policía Nacional Paraguaya. Desde su creación, en ocasiones dos veces en un año, se depuran sus cuadros dando  profusa difusión a las medidas más bien mediáticas profusa, como si fuera una solución a todos los males de inseguridad. 

Las cosas no terminan allí. En la todavía breve historia de la Policía Nacional, en reiteradas ocasiones, para ser favorecidos con el cargo de Comandante de la Policía  un “amigo”, ahijado, compadre o alguien  “de confianza” (no hace falta que tenga demasiada solvencia intelectual ni preparación profesional),  con el justificativo de que sus integrantes están “contaminados”  y el  “mensaje” de que con ello se está combatiendo frontalmente la corrupción y se busca la eficiencia institucional,  remesas enteras fueron enviadas a retiro, sin  consideración alguna de méritos ni miramiento  de los   tremendos perjuicios  a la institución y en especial al pueblo,  que al fin y al cabo es el  perjudicado, al ser  privado de que le sea revertido  el cúmulo de conocimientos y experiencias  de  Oficiales con alta preparación profesional que costaron años de inversiones millonarias al Estado.

Estas medidas gubernamentales han contribuido en estos 20 años a limpiar la institución de corruptos?, han  ayudado a potenciar el desempeño institucional?, han sido medidas adecuadas para llevar adelante el necesario y cada vez más imprescindible racionalización en el empleo de los recursos humanos?,  han sido medidas que hicieron crecer la confianza y credibilidad públicas en la Policía Nacional?, han contribuido a mejorar la imagen de seguridad que el país irradia en el exterior?, han constituido aportes para ubicar a los gobiernos de la “transición democrática” en una imagen de efectivo y real  deseo de buscar brindar un mayor y mejor marco de seguridad ciudadana a la República?. No hace falta hacer mención a la respuesta, ella es obvia.

Es cierto, es absolutamente natural, eso ocurre en cualquier institución del mundo y en cualquier empresa,  que se desprenda de sus elementos indeseables. Para ello al fin y al cabo existen en el ámbito policial las herramientas legales y las reparticiones cuyas responsabilidades se enmarcan en la misión de investigar las faltas a los deberes policiales, juzgarlas y aplicar las sanciones que correspondan. Y es también natural, que en cualquier empresa o institución, sean jubilados o pasados a retiro aquellos que hayan cumplido con el tiempo y demás requisitos legales exigidos. Pero en el caso de una fuerza de seguridad, se lo debe hacer  con la debida normalidad y la mayor racionalidad posible,  de modo a evitar el debilitamiento de la cabeza y por añadidura del   cuerpo entero, situación real y patética con la que confrontamos en la actualidad. Aquí debieran  primar los intereses generales de la nación relacionadas con la imperativa necesidad de  preservar   la integridad y fortaleza institucionales, que deben estar siempre por encima de los intereses particulares, sectoriales y hasta políticos partidarios circunstanciales.
 
Los rigores mediáticos,  circunstanciales,  arbitrarios y carentes de toda racionalidad, en ocasiones hasta en condiciones de paranoia política, con que los diferentes gobiernos en estos 20 años encararon los pases a retiro causaron y causan daños demasiado graves  en la  resentida estructura institucional, amén de hacer derramar gotas de lágrimas de impotencia en  quienes conocemos  las funestas consecuencias futuras de tan desacertadas e irresponsables medidas. Esas consecuencias las estamos experimentando y sufriendo en la actualidad los ciudadanos comunes, con los hechos  de inseguridad de que a diario  somos testigos y víctimas.

Revertir la situación es responsabilidad de todos, por aquello de que  “la soberanía reside en el pueblo”,  pero la voluntad y las acciones hacia ese objetivo deben generarse  esencialmente en el  poder político, que debe de una vez por todas dejar de lado las rencillas por intereses particulares,  sectoriales o partidarios, para centrar sus energías en los intereses generales de la nación.

            Conclusión:

Varios son los factores que conjunta o separadamente  en los 20 años de su existencia condujeron  a la Policía Nacional  a la actual situación. Esos factores no son inventos coyunturales o caprichosos. Varios diagnósticos elaborados por organismos y expertos internacionales se refieren a ellos. También se refiere a  esos factores el resultado del  PRIMER  CONGRESO POLICIAL SOBRE SEGURIDAD PUBLICA  que tuvo lugar los días 13 y 14 de junio del 2002,  en las instalaciones del Instituto Superior de Educación Policial,  con participación de  más de 200   Oficiales, Suboficiales y Funcionarios de la institución.

Esos documentos deben obrar en los archivos de la Policía Nacional o en los de algunos de los organismos del Estado. Quizás estén  un poco desfasados y habría que actualizarlos, pero se los podría considerar a los efectos de dar inicio a un proceso serio, meticuloso, responsable y no  de mera fachada con fines mediáticos.

Ellos hablan de lo que podríamos llamar “enfermedades” institucionales y  dan las  “recetas” para su curación, que ningún gobierno hasta hoy las aplicó,  por razones que se ignoran. Algunos dicen que lo que en la institución policial acontece no es sino reflejo de lo que en el país ocurre y que,  por lo tanto, su solución es parte del todo. Aquellos  tendrían razón, pero tendrían que percibir   que la seguridad  es un asunto de vital  importancia,   muy sensible, que tiene desafíos pendientes, con un futuro no muy promisor, al observar tan solo   la actual intensiva descomposición del tejido social paraguayo y la sofisticación del delito, que asume cada vez  más renovadas y agresivas formas, sin respetar clases sociales ni las fronteras de los países. Y no está por demás repetir lo que  CARLOS ANTONIO LOPEZ  ya dijo hace más de un siglo: “SIN SEGURIDAD NO HAY DESARROLLO”.

                                                                      

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